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LA NAVIDAD AL REVÉS DEL HEMISFERIO SUR
O LA VERDADERA NAVIDAD


    Si Ud. vive en el  hemisferio norte no se moleste en seguir leyendo porque esto no tiene sentido para Ud., todo está bien en su caso.  El asunto, mas bien problemático, es tal cual vienen planteadas las cosas para los que vivimos en el hemisferio sur.  Tiene que ver con la máxima celebración anual, globalizada en lo mundial y en lo que a criterio occidental se refiere, que es nada más ni nada menos que la sacrosanta y hoy más que comercial Navidad.  Porque la celebramos al revés, y así nos va.  Basta con mirar el globo terráqueo y ver que en el Norte están todas las potencias mundiales y países industrializados, y en el Sur del mundo, predominan los subdesarrollados y los en vías de desarrollo.  Ya sé, me van a decir de Australia, pero ¿es acaso un líder o potencia mundial?

    EN EL PRINCIPIO...
    no era el Verbo, sino que eran las Saturnales.  Y para entenderlo bien tenemos que ponernos en cabeza y situación como habitantes del hemisferio norte.  Las Saturnales eran de las festividades más importantes del mundo grecorromano y europeo de entonces, y aún ellas venían de antes.  Se festejaba, la entrada del Sol durante su avance ecliptico en los signos de Saturno, que son Capricornio y seguido y pegado en Acuario.  O sea que el gran festejo era en realidad el solsticio de invierno, la llegada del Sol a su punto más bajo (respecto del  hemisferio norte) porque a partir del cual los días se empezaban a alargar, el Sol comenzaba su ascenso sobre la eclíptica y en el cielo a simple vista.  Cada día se iba haciendo más largo, cada día menos oblicua la trayectoria aparente del Sol.
    Y el Sol es la vida, biológica y astrológicamente.  Así que como para no festejar que se dejaban atrás los días oscuros y que a partir de esa fecha la luz retornaba, la vida volvía, los días se hacían progresivamente más largos, por más frío que hiciera, el incremento paulatino de la fuerza solar iba a ir caldeando el invierno, hasta disolverlo en primavera y que fuera historia antigua ya en el verano.  Esa era la expectativa, ¡cómo para no estar contentos y festejar con todo!  Así que había que celebrar de la mejor manera posible el retorno de la luz, con todo lo que ello implica para la vida física en la tierra, y en lo espiritual.  Porque no ha habido religión que de alguna manera identificara a Dios con la estrella más cercana, el astro rey, nuestro vital Sol.
    Se festejaba, como hasta hace pocas décadas en que la tecnología nos alejó de los ciclos naturales (y con esto no digo que sea bueno ni malo) con los alimentos propios de la estación, los que estaban más o menos al alcance de la mano, y preparándolos de modo especial, fuera de lo habitual, en homenaje, en ritual, como forma de controlar y poner una especie de orden dentro del caos que puede representar en nuestras mentes los ciclos y fuerzas de la naturaleza.



    FESTEJANDO
    Así que el festejo en sí, en el comienzo de la estación invernal era obviamente primero que nada en lugares interiores y cerrados, y en lo posible calentados con un buen fuego, porque ni pensar en calefacción que calentara caverna, mansión romana, ni castillo alguno por más Rey Sol que tuviera.  A lo sumo una buena hoguera, con leña crepitando, enorme y con mármoles tallados para los señores, modesta en un rincón para el populus, pero fuego había.  Y los lugares de festejo eran más o menos cerca del fuego, no sea cosa de helarse justo en ese día que los días empezaban a ser más largos.  Así que las circunstancias climáticas inclinaban a su vez a la intimidad, al recogimiento en el hogar, a estar junto con los seres más allegados o queridos.  Tomaba un sentido familiar e intimista.
    En cuanto a la comida, los frutos secos eran la salvación:  se conservan bien por bastante tiempo, son un buen alimento energético que aporta saludables grasas al organismo (aunque entonces no lo sabían) y echaban mano de cuanto animal de granja o no tanto estuviera cerca y le pudieran hincar el diente.  Porque comenzando el invierno las verduras no abundaban mucho que digamos.  Todo regado con buen vino, que con el tiempo se fue oficializando el champagne, que con su natural burbujeo hacía juego con la onda festiva del momento.  Pero no olvidemos que se imponían bebidas fuertes, como el ponche que aún vemos en las películas, que dieran calor y animaran los ánimos si aún no estaban animados.
    Y así llegamos a las clásicas postales que desde niños, y antes nuestros padres (más aún si eran inmigrantes o descendientes) de la tradicional Navidad, de lugares nevados con copitos cayendo plácidamente, con casitas iluminadas en medio de la oscuridad, viendo a través de iluminadas ventanas donde al calor del hogar estaban todos felices y contentos antes una mesa llena de comidas y regalos.
    La luz en medio de la oscuridad, o mejor dicho, la luz disipando la oscuridad es el otro tema.  De ahí viene eso de llenar con velas, faroles o farolitos, guirnaldas, objetos brillantes, y cualquier otro artefacto productor de luz, como símbolo de atraer la luz, de aumentarla, porque a partir de esa fecha los días empezaban a alargarse, la luz le ganaba a las tinieblas.
    Así que de las antiguas y originales Saturnales la Iglesia Católica hizo su sincretismo y las convirtió en el nacimiento de Jesús el Cristo, y  le cofirmó y oficializó todo su significado religioso y central a su credo y estrructura mundana.  La Iglesia no podía existir sin Jesús y ese día se lo instauró, sin fundamento real alguno, como de su nacimiento, y de paso borraba al pagano y pecaminoso Saturno del mapa.  Porque en realidad nadie sabe con exactitud qué día nació Jesús.  Y hasta hace poco ni siquiera el año (las más serias investigaciones culminan que en realidad Cristo no nació en el año 0 a partir del cual se cuentan los años antes y después de Cristo, sino 7 años antes de ese año cero).  Pero dejemos esto que no es lo central de nuestro planteo.
    Porque la gente es como es y la madre naturaleza tiene sus ciclos inamovibles, lo cierto era que se iba a seguir celebrando de alguna manera el solsticio de invierno, el retorno de la luz, aunque fuera de manera no oficial, como tradición popular, o como fuera.  Así que lo tomaron como propio con bombos y platillos y todos conformes, con turrones, pan dulce, budín inglés, lechones asados, ponche o otros raros vinos de ocasión.  Más la celebración religiosa obligada sin la cual nada tenía sentido, el nacimiento de Cristo en ese pesebre invernal, perdido en las arenas orientales, calentado por el aliento de los animales del establo, los coros angelicales arriba, y la estrella de Belén que guió a las Reyes Astrólogos (según versión de la Biblia de Jerusalén).

    QUÉ PASA EN EL SUR DEL MUNDO
    Pues en principio los colonizadores e inmigrantes trayeron con sus equipajes sus recuerdos, añoranzas y tradiciones, para sentirse de algún modo unidos a sus tierras de origen, sentir una continuidad, cosas de esas.  Y se trataba de festejar acá igual que se hacía allá.  Lógico dentro de todo, pero... había que importar las frutas secas porque acá no existían y todo lo que allá era tan típico y común tener en esos navideños festejos.  Aunque un poco difícil de conseguir, se hacía igual el gran festejo a la usanza europea.  Comidas ricas en calorías, buenísimas para el invierno, pero en pleno verano.
    Por otro lado resultó que había acá un montón de alimentos que ni idea tenían allá en Europa (como la papa, el tomate, el maíz, el mango y una larga lista de etcéteras), que se fueron incorporando en un nuevo sincretismo comidas europeas con alimentos típicos americanos, y menos calóricas por estar en pleno verano.
    Por lo que se sumó a la comida “tradicional” la nueva americana, y siguió la gran comilona del festejo.
    Pero el problema no reside ni en la comilona ni en el festejo, sino en el sentido invertido de la celebración.

    EL FESTEJO REAL
    Resulta que encubierta la Navidad por el significado Católico (que quiere decir universal, no olvidemos eso) del nacimiento del Salvador se olvidó el original sentido que era ni más ni menos que el retorno de la luz.  Como en el campo de la justicia, en que la ignorancia de la ley no exhime de su cumplimiento, lo mismo pasa en el campo de las energías.  Existen leyes que se cumplen se sepa o no lo que se está haciendo con esas energías.  Y acá en el hemisferio sur estamos celebrando como máxima fiesta del año, con el mayor despliegue comercial y fiebre consumista algo que ya ni se sabe lo que es (si es un pino, el Papá Noel inventado genialmente por Coca-Cola, el nacimiento de Jesús, San Nicolás, la familia o qué), pero eso no quiere decir que igual tenga un sentido y mueva las energías de planos sutiles, mas no por eso menos reales.
    Lo que en realidad estamos festejando es la ida de la luz, el retorno de la oscuridad.  La ida del Dios, el retorno de las tinieblas.  En los días más largos del año, cuando el Sol llega a  nuestro solsticio de verano, festejamos como locos que a partir de ese momento los días se acortan paulatinamente hasta que la luz se apague, o al menos llegue a su más bajo punto en el cielo.  Y así nos va en el Sur del mundo, como dijimos al principio.  Festejamos al revés, la oscuridad, el caos, y todo lo correlativo a esos conceptos.
    Con el festejo de Pascua pasaría lo mismo.  La Pascua, fiesta movible en el calendario litúrgico católico, es el domingo siguiente a la luna llena que se  haga en signo de Aries.  Genial en el hemisferio norte, donde la primavera aflora, el mundo vuelve notoriamente a la vida, y en paralelismo el Dios muerto y crucificado resucita.  Y antes de Cristo era Dionisios que venía del submundo luego de ser desmembrado, y Eurídice que volvía del Hades para estar con su madre Gea (la tierra) y esta de contento hacía florecer y fructicar todo, la vida volvía.
    Pero acá con la rigidez del principio aplicado en el Norte, se festeja la Resurrección cuando la naturaleza fenece, el otoño se impone, las ojas caen, los árboles se pelan, las flores desaparecen, la luz merma, la nieblas abundan, la vitalidad toda cae hasta en el mismo cuerpo humano.  Y ahí, cual esquizofrénicos, festejamos la vuelta de la vida, la Resurrección, el renacer del Dios.  Esto daría para más largo, pero dejamos la idea al lector para que la siga por si mismo.

    ¿QUÉ HACER?
    Lo ideal sería hacer los festejos adecuados en el momento de la estación del año correlativo para que las energías corran armónicamente como debe ser.  Pero siendo realistas, por estas ideas locas mías no creo que vayan a cambiar los feriados del calendario en el hemisferio sur e instaurar la Navidad el 24 de junio ni la Pascua a finales de agosto o setiembre, que son los reales momentos donde respectivamente retorna la luz, y luego la resurrección primaveral.
    Pero por suerte estamos en un momento histórica donde hay mucha más libertad y una puede hacer la suya.  Así que les cuento mi solución, personal obviamente.  Desde que me cayó la ficha he hice clic con todo lo antes expuesto, desde hace años empecé a festejar la Navidad, por mí y los míos llamada el Retorno de la Luz, el 24 de junio.  Desde diciembre guardo en el freezer pan dulces, turrones y otras exquisiteces que aparecen cuando la Navidad oficial y para esa fecha del 24 de junio es cuando aparecen sobre mi mesa.  Se prepara alguna comida especial y alegórica, y rica en calorías, porque en pleno invierno tenemos que darle calor al cuerpo, cae bien y es natural.  ¡Qué bien se siente el pan dulce y los turrones, y las frutas secas!  Se brinda y toma con alegría por el retorno de la luz.  El espíritu festivo aflora naturalmente.  Y por supuesto guirnaldas luminosas y adornos brillantes por distintos lados hay.  El pesebre y/o el pino es optativo.  Lo que importa es el espíritu, la celebración del ritual.
    El clima frío invita naturalmente al recogimiento familiar, la intimidad, quedarse en casa calentito mientras el mal tiempo campea en el exterior.
    No se imaginan lo bien que se siente comer esas ricas y suculentas comidas, preparadas con verdaderas ganas y no porque lo impone la presión del calendario comercial, y frutas secas y humeantes comidas al horno, y celebrar con ese espíritu el solsticio de invierno, la llegada de la luz, el retorno del Dios, que a partir de ese momento los días son paulatinamente más largos..
    No solo se siente y se disfruta muuuy bien, sino que las cosas parecen ir mejor luego durante el año, todo va con más fluidez y facilidad.  O quizá solo sea mi subjetividad...
    Les invito pues a que abran un poco la cabeza y empiecen a hacer este festejo, ahora en la fecha del ciclo estacional que le corresponden, y luego me cuentan.  El 24 de junio.  Para los que vivimos en el hemisferio Sur.
    En serio, espero sus comentarios y experiencias.  Con las mejores ondas navideñas,


Javier F Aragone
Diciembre 2009

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