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El niño interior y la terapia floral
EL NIÑO INTERIOR Y LA TERAPIA FLORAL

    Mucho se habla de la terapia floral y de sus alcances y aplicaciones, tales como mejorar la capacidad de estudio -concentración, memoria, comprensión global y analítica, etc-, los estados depresivos, tristezas, “nerviosismo”, el sueño, los duelos, la adaptación a los cambios de todo tipo, la abundancia, la vida afectiva, sexual, las dolencias físicas... y ¡podría seguir enumerando!, porque con las esencias florales podemos ayudar a la evolución de nosotros como seres humanos integrales, pues las esencias abarcan todo el espectro de la experiencia humana.

    Pero el punto al que me quería referir hoy, es uno habitualmente soslayado y que no se le da la importancia que en la práctica el mismo tiene.
    Y justamente con la terapia floral se puede trabajar, no sólo con profundidad, sino con mucha más celeridad que con otro tipo de disciplinas.
    Es un tema, como dije, tan importante, que cuando uno lo trabaja integralmente, determina un antes y un después en la vida.

Concretamente me estoy refiriendo a la sanación del “niño herido” o, con otras palabras, a la llamada carencia afectiva que todos, repito, todos -en algún grado, unos más y otros menos, pero todos-, llevamos dentro.

    Si estas heridas que arrastramos de nuestra infancia no son transformadas -sanadas- con algún grado de conciencia, las llevaremos hasta el fin de nuestros días, determinando en grado creciente las principales circunstancias y calidad de nuestra vida.

    Antes de seguir, digamos que el niño interno es una parte nuestra que se ha vuelto inconsciente, está formado por todo lo que vivimos como niños, y por ende viene arrastrando sus bondades pero, sobre todo, sus necesidades afectivas insatisfechas que aún demandan atención; su influencia y poder no son abiertos y directos, sino que se enmascaran tras cantidad de razones y argumentos que nos damos a nosotros mismos.

    Inclusive, puede pasar que pensamos una cosa y parece que la tenemos muy clara, aunque finalmente en los hechos concretos hacemos algo muy diferente; esos son aspectos contradictorios que no nos explicamos del todo, pero nos hacen daño.

    Hay también otras circunstancias en que se nota la actuación del poderoso niño interno y quizás a modo de ejemplo sirva lo anterior.

    ¿Cómo se nota la influencia del niño/a herido/a que se alberga en nuestro interior? Son múltiples las formas en que podemos darnos cuenta, y en cada uno de nosotros va a tener una impronta, un “estilo” que nos es propio, ya que a su vez es resultado de nuestras propias vivencias del pasado.

    Un ejemplo concreto de la práctica puede aclarar el tema.

    Hace poco vino una persona aquejada de una dolencia física concreta atribuida al estrés laboral, que quería superar ese problema de salud aunque, lógicamente, el motivo de la consulta era que no quería tener ese estrés laboral que se lo generaba.
    En el curso de la terapia fue surgiendo que trabajaba más horas de las estipuladas, no porque se lo exigieran otros, sino por su propia autoexigencia; no sólo trabajaba más horas sino que, además de atender lo suyo, estaba pendiente del buen cumplimiento de sus subalternos y terminaba ocupándose de tareas que no le correspondían, pero que asumía como propias por un exceso de responsabilidad mal entendida.
    Además, los lazos de sus relaciones laborales le afectaban muchísimo.
    ¡Estaba viviendo para su trabajo y lo sentía como si fuera su familia! Aquí también la Astrología se convierte en una valiosa ayuda para ver con rapidez los porqué y los orígenes de las cosas.
    Resulta que en su Carta Natal la Luna, que tiene que ver con el hogar, la familia, el pasado, la madre, la niñez, estaba relacionada con su profesión.
    Entonces fue fácil ver que este consultante estaba trabajando como su madre, con la misma dedicación y entrega, porque fue lo que aprendió en su infancia y el niño interno quedó estancado con esa vivencia y creía que si se comportaba igual que ella iba a ser querido y amado incondicionalmente por ella.
    ¡Claro, conscientemente no se puede admitir eso, pero era tan buen trabajador porque quería ser reconocido -una transposición de ser amado- en el ámbito laboral, donde proyectaba -inconscientemente- la figura de su madre! Cuando se dio cuenta de este mecanismo profundo, las esencias florales le ayudaron a cambiar sus conductas y empezó a actuar de otra manera, porque comenzó a sentir en lo profundo de una forma distinta.
    También otros aspectos de su vida fueron luego paulatinamente cambiando para mejor.

    Podemos decir, entonces, que hay carencia afectiva, que el niño interior está herido y que ello nos determina negativamente cuando estamos crónicamente insatisfechos y tenemos una infelicidad de fondo, algo que no nos colma y nos importa, a pesar de que haya logros objetivos, tanto sea en una relación afectiva, con una persona concreta, como en una situación laboral, etc.

    Ello ocurre, por ejemplo, cuando somos buenos y sistemáticamente terminamos mal, heridos, defraudados, porque no nos han correspondido; cuando no podemos olvidar ciertas heridas del pasado con una persona concreta y vuelven a nuestro recuerdo periódicamente una y otra vez; cuando ante situaciones del presente reaccionamos de una manera desmesurada, que no corresponde ante el hecho real y objetivo ocurrido; cuando nuestro sentimiento de soledad es tan abrumador que toda otra situación de nuestra vida pasa a muy segundos planos; cuando las depresiones nos frecuentan; cuando nos parecemos a nuestros padres; cuando con nuestros padres somos ambivalentes: cercanía, intimidad, algo pasa y nos sentimos heridos o dolidos, nos distanciamos, los extrañamos o “perdonamos”, nos acercamos y se vuelve a repetir el círculo sin fin; cuando no nos sentimos realizados; cuando hay situaciones frustrantes que una y otra vez se nos repiten en la vida -sean de pareja, laborales, de amistad, etc-; cuando hay adicciones; cuando no sabemos por qué, pero no somos o no podemos ser felices.

    En fin, hay muchas manifestaciones más con idéntica motivación de fondo, pero en aras de la brevedad sirvan esos ejemplos para reflexionar.

    La cuestión siguiente es entonces tratar de ver cómo ese niño interno de hoy ha sido herido en el pasado, que fue cuando realmente vivió las cosas, en la infancia.

    Y aquí se vuelve entonces ineludible ir a ver cómo fueron los vínculos y todas las circunstancias existenciales con las personas que en nuestros primeros años de vida nos rodearon, que generalmente han sido nuestros padres o quienes detentaron ese rol.

    De ahí que todo lo que como hijos hemos vivido en la infancia con nuestros padres, se vuelve luego tan determinante a todo nivel para nuestro desenvolvimiento ulterior como adultos.

    Y de los padres, quien lleva en principio el papel más determinante en cuanto a la satisfacción de las necesidades afectivas y nutricias de todo otro tipo es la madre, ya que desde el arranque -desde un punto de vista estrictamente biológico-, ella nos ha llevado en su seno y nos ha dado a luz.

    Por lo general, luego nos ha alimentado y constituye todo nuestro mundo durante un buen tiempo, durante el cual dependemos totalmente de ella.  Nuestro universo físico y afectivo gira desde el principio alrededor de ella y sin ella no podríamos ni siquiera vivir.   En esa relación se forman las pautas afectivas más significativas y determinantes que tenemos y vamos a llevar por el resto de nuestra vida.  En la relación con nuestra madre aprendemos a relacionarnos con el mundo y esto nos da la medida y calidad del amor que recibimos, que debería haber sido puro amor incondicional.

    El asunto es que como no existen los padres perfectos, ni las madres perfectas, por lo general -salvo raras excepciones que francamente aún no las conozco-, nadie ha recibido amor incondicional.

    Lo que sí recibimos ha sido puro amor condicionado, que en el mejor de los casos ha tenido instantes de incondicionalidad.

    Por eso el niño ha quedado herido, insatisfecho, carenciado, clamando desde el inconsciente por recibir ese amor incondicional que no recibió.

    Y por eso es que se vuelve tan insoslayable como importante tratar el tema de la madre en la terapia, para curar el amor herido y para poder ser felices, sanos y plenos a todo nivel.

    Las esencias florales, especialmente las de California, nos dan aquí una ayuda sin parangón.
    Nos ayudan en todos las etapas del proceso necesario para superar esas heridas que arrastramos, para hacerlo con conciencia y rápidamente.
    Asimismo, nos permiten corregir energéticamente los distintos tipos de traumas acontecidos en el pasado, gracias a la variedad de esencias que contemplan un amplio abanico de situaciones concretas por las que se puede haber pasado.


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